Se trata del
más importante yacimiento arqueológico de Bolivia, en la cordillera de los
Andes. Se cree que la antigüedad de la ciudad oscila entre el 2000 a. C. y el
900 d. C. En el yacimiento se encuentran estatuas de gran tamaño, pirámides,
cimientos de titánicas construcciones y montones de piedras de lo que pareció
ser una ciudad de gran importancia. Hoy en día sigue siendo un misterio la
forma en la que los antiguos pobladores de la región pudieron llevar hasta allí
tal cantidad de piedras, sobre todo porque en la actualidad es una zona de muy
difícil acceso.
Vista satélite de las principales ruinas de la ciudad de Tiahuanaco.
El arqueólogo germano Arthur Posnansky, durante los años veinte, fue el primero de muchos en prestar atención a las ruinas que plagaban la zona cercana al lago. Sus propósitos fueron intentar saber quién construyó los templos, quién los habitó y qué técnica se empleó para mover los miles de metros cúbicos de piedra que los conformaban. Al no poder contar con la técnica del carbono-14 para poder datar, Posnansky se basó en la oblicuidad de la eclíptica que explica como el Sol nunca sale dos veces por el mismo lugar, sino que se desplaza sobre el horizonte. Esto es debido a que la Tierra orbita en torno al Sol ligeramente inclinada con respecto al ecuador y esto provoca que el ecuador celeste se encuentre también inclinado con respecto al plano orbital.
De esta forma, si una piedra se orienta hacia el punto de salida del Sol en un momento relativamente lejano en el tiempo, puede calcularse la diferencia espacial existente entre el lugar de aquel lejano amanecer y el nuestro, y determinar la fecha de orientación del monumento con escaso margen de error. Aplicando esta teoría, Posnansky determinó el ángulo en el que se encontraba el horizonte de Tiahuanaco en el momento de su construcción (23º 8´ 48´´ exactamente). Esto correspondía a una fecha indeterminada alrededor del 15000 a. C. Esto le llevó a desarrollar una teoría en la que una avanzada civilización pobló América mucho antes de lo que la mayoría de los expertos suponían.
Uno de los edificios más importantes de Tiahuanaco es Kalasasaya: un gran templo construido con grandes bloques de piedra. Al parecer era el edificio principal de la ciudad dedicado a las ceremonias. Es conocido como el "Templo de las Piedras Paradas", o eso es lo que se cree que significa su nombre. Al igual que Akapana (una pirámide cercana de 18 metros de altura), se encontraba perfectamente orientada para marcar fenómenos astronómicos. En este caso, su posición servía para adivinar los cambios de estación. Dentro de la edificación hay estancias parcialmente cubiertas bajo el nivel del suelo. En Kalasasaya existen tres importantes esculturas: la Estela (Ponce), el monolito El Fraile y la Puerta del Sol. Este último está construido a partir de un bloque de piedra de unas diez toneladas. Mide tres metros de alto y casi cuatro de ancho. Se cree que pudo ser una puerta de acceso a Kalasasaya, ya que están en la misma planta. La Puerta se caracteriza por tener inscritos en ella multitud de grabados que se cree que tenían connotaciones religiosas o astronómicas.
Templo de Kalasasaya y Puerta del Sol gobernada por una representación de Viracocha, el dios Inca.
Algunos expertos, como Arthur Posnansky en su momento, creen que sería necesario buscar un nombre que explicase el origen cultural de Tiahuanaco y cómo este se extinguió tras un cataclismo devastador. Este nombre se ha relacionado con la Atlántida. No podemos hacer otra cosa que preguntarnos cómo aquella civilización, de avanzados conocimientos astronómicos, poseedora de un calendario preciso que el arqueólogo germano creyó ver reflejado en la célebre Puerta del Sol (un bloque de andesita de 45 toneladas) y capaz de desplazar monolitos de más de 400.000 kilos (el doble de peso de los gigantescos bloques de caliza que forman parte del templo de la Esfinge de la meseta de Gizeh, en Egipto), se extinguió tras un presuntuoso cataclismo devastador.
Algunos expertos, como Arthur Posnansky en su momento, creen que sería necesario buscar un nombre que explicase el origen cultural de Tiahuanaco y cómo este se extinguió tras un cataclismo devastador. Este nombre se ha relacionado con la Atlántida. No podemos hacer otra cosa que preguntarnos cómo aquella civilización, de avanzados conocimientos astronómicos, poseedora de un calendario preciso que el arqueólogo germano creyó ver reflejado en la célebre Puerta del Sol (un bloque de andesita de 45 toneladas) y capaz de desplazar monolitos de más de 400.000 kilos (el doble de peso de los gigantescos bloques de caliza que forman parte del templo de la Esfinge de la meseta de Gizeh, en Egipto), se extinguió tras un presuntuoso cataclismo devastador.
Entre bloques de piedra tallados, canalizaciones de agua semienterradas y desniveles del terreno que a buen seguro esconden estructuras pendientes de ser excavadas, el ingeniero y astrónomo cubano Óscar Corvison afirma lo siguiente (siguiendo al pie de la letra las alusiones de Platón a una isla y su capital, Poseidón, que se hundió hace unos 12500 años): la Atlántida y Tiahuanaco coexistieron en el tiempo. Durante ese período, la ciudad tenía su propio puerto, cuestión que por cierto parecen reforzar las enormes piedras del vecino conjunto monumental de Puma Punku y que muchos estudiosos creen que son muelles de desembarco de mercancías.
Se cree que en su época de apogeo, la ciudad estaba a orillas del lago Titicaca. La presencia de muelles hace creer en esta teoría, a pesar de que hoy día se encuentra hasta 30 metros por encima del nivel de las aguas del lago. Las teorías poco ortodoxas creen que esta diferencia pudo deberse a algún movimiento sísmico que elevó Tiahuanaco del altiplano separándolo del lago. Además creen que un movimiento de este tipo se produjo hace unos 15000 años. Es una teoría más, menos increíble que la que dice que la ciudad fue construida por una antigua raza de gigantes. Pero el mayor misterio de todos los de Tiahuanaco es el por qué se abandonó la ciudad y por qué sus edificios se dejaron sin terminar de construir.
De nuevo recurrimos al ilustre Graham Hancock y a su libro El espejo del paraíso para intentar descifrar los enigmas. Según él, las civilizaciones del pasado de la Tierra que más conocimientos de astronomía tuvieron construyeron sobre sus territorios impresionantes monumentos que imitaban ciertas constelaciones del firmamento. Exactamente aquellas que emergían cada noche por los puntos cardinales hacia la primavera del 10500 a. C.
El norte geográfico, durante el 10500 a. C., mostraba cada noche la constelación del Dragón. En Angkor, Camboya, unas ruinas fechadas alrededor del siglo XI d. C. pero construidas sobre templos de edad imprecisa, imitan en el suelo la constelación del Dragón y su orientación al norte. En Egipto, en la meseta de Gizeh, las tres pirámides imitan el cinturón de la constelación de Orión, que en esos tiempos emergía por el sur. Mientras tanto, la Esfinge estaba orientada hacia el este por donde surgía la constelación de Leo. Pero parece que en el 10500 a. C. no hubiera ninguna constelación importante en el oeste desde el hemisferio norte. Hancock se fijó, en cambio, que desde el hemisferio sur, sí mirabas al oeste, se contemplaba perfectamente la constelación de Acuario. Según él, la ciudad o monumento destinado a esta constelación no era, ni más ni menos, que Tiahuanaco, pues tiene características pronunciadas acuarianas en los motivos acuáticos de las dos grandes estatuas dentro de Kalasasaya y en los canales de conducción de agua del lado oeste de la pirámide de Akapana.
Una de las versiones de la famosa tradición sobre Viracocha nos habla de Thunupa, esta versión proviene de la zona que rodea al lago Titicaca que se llama el Collao. En ella se nos narra que Thunupa apareció en el Altiplano en tiempos remotos, procedente del norte y que vino acompañado por cinco discípulos de ojos azules y barba. Después de instruir a la población en diversos campos y recorrer grandes distancias a través de los Andes fue atacado y herido gravemente por un grupo de conspiradores envidiosos.
Esta historia, en su desarrollo más detallado nos ofrece grandes paralelismos con la historia de Osiris y su muerte. De hecho, Osiris en Egipto y Thunupa-Viracocha en Sudamérica presentan los siguientes puntos en común: ambos eran grandes civilizadores, ambos fueron víctimas de una conspiración, ambos resultaron malheridos, los cuerpos de ambos fueron depositados en un receptáculo, ambos fueron arrojados al agua, ambos se deslizaron por un río y ambos alcanzaron el mar. Los paralelismos entre esta región y el antiguo Egipto están aun presentes. En la isla de Suriqui, en el lago Titicaca, se siguen construyendo actualmente unos botes de juncos de totora que son casi idénticos, tanto en el método de construcción como en el aspecto que ofrecen una vez terminados, a las barcas de los faraones hechas con cañas de papiro. Los lugareños afirman que quienes les transmitieron la forma de hacer esos barcos fue el "pueblo de Viracocha".
Pero la cosa no termina aquí: asimismo, Viracocha y Osiris guardan una estrecha semejanza con el dios Quetzalcóatl azteca y el dios Kukulkán maya, ambos en México. Todo apunta que en la más remota antigüedad existió una "memoria común", es decir, un grupo de creencias, ritos y mitos, que a pesar de la distancia y del tiempo transcurrido, se fueron repitiendo e incluso en nuestros días y gracias a las leyendas de algunos pueblos primitivos, todavía perduran.
Viracocha,
Osiris,
Quetzalcóatl
y Kukulkán.
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